En el lago de Deieu

Prefacio

Calcular una distancia requiere de instrumentos fríamente matemáticos, tallados en perfeccionismo pero, en un lago serían volúmenes y dimensiones inestables.
Arquímedes lo decía: ¨dame una polea y te moveré el mundo...¨
Por lo cual dame un lago y hablaré de la luna y Deieu.
Más allá de dimensiones y distancias, de volúmenes y arrogancias, una luna asomándose en la cúspide del convexo reflejo del lago y hay donde nadie puede ver con ojos terrenales, exactamente hay charlaremos con Deieu.

Capítulo I
Génesis

Diosa de la luna un comienzo algorítmico entre historia de griegos hasta romanos, de poder a belleza, y de armaduras hasta lazos de ceda, sin duda alguna naturaleza pura.
Pongamos un ábaco en mesa y de pasada una botella de vino blanco,
de acomodar el relieve de la almohada en el sofá y más leña al brasero para fulminar la tarde de hoy.

El viento susurra a mi oído y comprendo que alguien me mira, llamado reflejo en rayos de luna.
Bien, tomada la botella invito a Deieu a probar el silencio de la Copa y sentados ambos frente al brasero hagamos del invierno un infinito conteo de hojas de otoño.
Deieu aclama dos cosas antes de fijarse en su espejo:
 1.- no busques  asombrarme porque ya estoy curada de espanto.
2.- preguntas sobre  inteligencia sólo sería hablar de lo que se y por ello mejor preguntas que alimenten el abismo de lo incierto.

Capítulo II
Las cenizas

Colocaba otro pedazo de madera en el brasero, las cenizas abultaban, nos servíamos la segunda copa y en el chiflido del viento entre las ranuras empecé  a escuchar las caricias de la noche sobre los árboles y comenzamos a platicar.
Deieu sin más preámbulos comienza a contar las barbas de la cobija y en un susurro dice:
Desconozco porque el viento se comporta así si la noche sólo quiere cubrir el vaho del silencio.
Vino a mi mente que está atenta a cada detalle como si sus sentidos no durmieran.
Al cabo de unos minutos volvió a comentar:
Las hojas pasan deprisa por el empuje del viento sobre la ventana y al final se atoran en las rocas de aquella llanura.
Había silencio pero sin que ella me viera desviaba mi mirada en su mirada perdida sin percatarse que mis ojos la alcanzaban.
De repente da un salto y exclama:
A comenzado a llover no sé si la lluvia viene con la tristeza o el aroma a tierra mojada dará más gusto al viento que no ha parado de entorpecer el silencio de la noche.

La lluvia aceleró su caída que al asomarme a la ventana sólo venía las gotas en niebla jugar a ganarle a la ley de la gravedad.
Deieu volvió a empezar a contar las barbas de la cobija y en un suspiro su mirada se detiene en el fuego del brasero. Suspiro tras suspiro sabía que el alma y el cuerpo tenían una lucha que ni los soldados romanos eran suficientes para detener el derrame de sangre que corría entre la línea mínima del alma.

Adquirí un nuevo trago de vino y sin aviso tome sus labios, los mordí  y le pregunté:
¿Qué dice esa sangre que se derrama en ti?
Tu muy sorprendida vuelves a tomar mis labios y reiteras:
Entre mi mente y el silencio opacado por la lluvia y la noche sé que puedo salir de esto, la razón siempre me rescata de lo caminado.
La cobije y pensé en el color del vino: blanco.
Me levanto y voy a la bóveda por una botella de vino tinto. Al regresar a la presencia de ella vi que dormía pues su respiración era lenta y suave. Regreso a la bóveda a destapar la botella para no hacer ruido y llegando al brasero de vuelta por la ventana veo que Deieu bailaba bajo la lluvia. Me quedé perplejo pero sin dudarlo salí a seguirle.
No pasábamos de reír  pero pensaba que era eso que se venía en tu rostro si una sonrisa de alegría o de tristeza. Trate de preguntarle y sin drama ella me dice:
 Tenías razón no más mártires del amor...

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